viernes, 24 de julio de 2009

Lamias (la vagina dentada)

A pesar de lo que puedan leer por ahí, las Lamias son de origen oriental y no latino; claro que son parte del folklore griego y romano pero su fuente es una leyenda Libia.

Lamia (en griego, Λάμια) es un personaje femenino de la mitología y el folclore grecolatinos, caracterizado como asustaniños y seductora terrible. En este último aspecto, constituye un antecedente de la vampiresa moderna. Se la concibe como un personaje individual, pero también como el nombre genérico de un tipo de monstruos (las lamias). A menudo se la asocia con figuras similares de la cultura griega (Empusa) o hebrea (Lilith). En el folclore neohelénico, vasco y búlgaro encontramos tradiciones sobre lamias, herederas de la tradición clásica. Su nombre helenizado proviene de "Lamyros" ("glotón").

Lamia era una princesa Libia; sus hijos fueron masacrados por Hera, la esposa de Zeus. Desde aquel momento Lamia es un espíritu vengativo de forma a veces humana, a veces mitad reptil. Se alimenta de infantes, incita a los hombres en orgías interminables y luego los devora. Producto de estos excesos, Lamia tiene una descendencia macabra: los Lamiae. Lampriere, en su exquisito (aunque a veces inexacto) diccionario, afirma que los lamiae son adquiridos por los griegos de un mito africano, donde unos niños siniestros con agradables voces se acercan a jugar con otros jóvenes para luego devorarlos. Estos, siempre según Lampriere, serían luego conocidos cómo Lemures.

En Grecia las lamias eran conocidas por atacar especialmente por la noche; podían consumir tanto la carne como los huesos de sus desafortunadas víctimas, aunque tenían especial predilección por la sangre de los bebés.

En la mitología vasca, las lamias son genios mitológicos a menudo descritos con pies de ave, cola de pescado o garras de algún tipo de ave. Casi siempre femeninos, de una extraordinaria belleza, moran en los ríos y las fuentes, donde acostumbran a peinar sus largas cabelleras con codiciados peines de oro. Suelen ser amables y la única forma de enfurecerlas es robarles sus peines. Se cuenta también que han ayudado a los hombres en la construcción de dólmenes, cromlech y puentes.
A veces se enamoran de los mortales, pero no pueden casarse con ellos, pues no pueden pisar tierra consagrada. En ocasiones tienen hijos con ellos. En otras leyendas son mitad humanos y mitad peces. Otras dicen que no son más que la diosa Mari.
Cuenta una leyenda que una vez una mujer le robó el peine de oro a una lamia y ésta, enfurecida, trató de maldecirla, pero no lo logró, puesto que sonó la campana de la iglesia y eso la salvó.


Dos clásicos de la demonología, Ulrico Molitor (de Lamiis et pythonicis mulieribus,1489) y Jean de Wier (Lamiis líber,1577) se han ocupado extensamente de este personaje fabuloso, casi siempre mencionado en plural, aunque con los típicos prejuicios de su época, asociándola a la brujería y viendo en su imagen una suma de todos los aspectos negativos de la femineidad.
Enajenada desde los orígenes del mito, a causa de una injusta venganza (la divina Hera, celosa de sus amores con su marido Zeus, mató a casi todos los hijos que ella había concebido con el dios, la única que logró escapar a la venganza fué Escila). Lamia y sus pares se cebaron desde entonces en los niños ajenos y en sus padres; vampirizando a los pequeños y seduciendo hasta la demencia a los adultos, en represalia por sus hijos perdidos y por despecho hacia la deidad que la gozó en el lecho, pero que no se dignó a defenderla de la cólera celeste.
Se la conocía también bajo el nombre de Anatha, y una de sus curiosas habilidades consistía en poder quitarse los ojos a voluntad, incluso llegó a ayudar a varios héroes prestándoles sus globos oculares.
Bajo el nombre de Empusa adquirió, ya entre los romanos, la característica central con la que su sombra ha llegado hasta nosotros. Es la enemiga por antonomasia del género masculino, al que hace responsable del mal trato y de la discriminación que en general padecen las mujeres.
Conocida como "La devoradora de hombres", ya que su leyenda la acusa literalmente de comérselos, luego de cautivarlos con una belleza que nunca otorga lo que promete, y de atraerlos para consumar sus propósitos a lugares desiertos. La moderna simbología ha querido ver en ésta singular demonia el arquetipo del temor ancestral de los varones ante el misterio de lo femenino, y también la famosa y explícita metáfora freudiana sobre la "vagina dentada". El etnólogo Leo Frobenius (mitologías del atlántico), y más tarde Carl Jung (transformaciones y símbolos de la libido), han glosado tales interpretaciones y la relacionan así mismo con el Lamio, pez abisal de los mares ibéricos, famoso por su voracidad.
El mito universal de la Vagina Dentata fue aprovechado por Freud para ilustrar sus teorías sobre el miedo a la castración y ha sido largamente reproducido en el mundo del arte y la literatura, especialmente por los decadentes europeos obsesionados con las múltiples reencarnaciones de la Femme Fatale como efecto secundario de la revolución industrial (un periodo, por cierto, maravillosamente recogido por Erika Bornay en "Las Hijas de Lilith", Cátedra, 1990). Se dice también que, durante la guerra de Vietnam, se extendió el rumor de que las prostitutas asiáticas guardaban cuchillas y cristales de afiladas puntas entre sus piernas para mutilar salvajemente a los soldados norteamericanos. Aunque bien puede ser una leyenda urbana ingeniada por el propio ejercito para mantener a sus hombres y sus partes nobles alejados de las exóticas muchachas de la región.
fuentes varias internet

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