mi cabello se enamora de tus hombros;
lentas palabras de consuelo caen sobre mi,
sin embargo mi corazón no tiene descanso.
Porque sólo una cosa trémula queda de mí,
que jamás podrá ser algo,
salvo un pájaro de alas rotas
huyendo en vano de ti.
No puedo darte el amor
que ya no es mío,
el amor que me golpeó y derribó
sobre la nieve cegadora.
Sólo puedo darte un corazón herido
y unos ojos agotados por el dolor,
una boca perdida no puede sonreír,
y tal vez ya nunca vuelva a reír.
Pero rodéame con tus brazos, amor,
hasta que el sueño me arrebate;
entonces déjame, no digas adiós,
salvo si despierto, envuelta en llanto.
Elizabeth Eleanor Siddal (1829-1862)
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