Los síntomas de la salud (I)
Se trataba de un hombre intachable que sólo
se mancharía las manos
si estuviese
sucio el jabón
También yo fui joven, como esos muchachos que corren los domingos por el parque, y mi vida estaba tan limpia entonces que podía pensar en la felicidad sin romperme mucho la cabeza y sin necesidad de fingirla. A veces Tonino Fiore y yo nos echábamos a media mañana a la calle con los ojos vendados, paseábamos un buen rato y nos sentábamos luego en las escaleras de su casa mientras reconstruíamos de memoria el recorrido identificando cada domicilio por el olor a comida que saliese de los portales. A Fiore se le daba muy bien reconocer a las personas por sus olores particulares y, antes de que el viejo Giacomo Pavesse doblase la esquina de la calle Longfellow, Tonino ensanchaba los pulmones mientras presentía en sus narices la fragancia de aquel gánster corpulento y calmoso que a nosotros nos parecía que transpiraba jabón. Aunque se decían cosas horribles de él, la verdad es que Fiore y yo lo veíamos como la perfecta representación de la pulcritud y pensábamos que el señor Pavesse era víctima de un infundio lamentable y que en realidad se trataba de un hombre intachable que sólo se mancharía las manos si estuviese sucio el jabón. Fue inútil que la madre de Tonino nos recriminase nuestra afición a cruzarnos en la calle con aquel hombre. ¡Parecía tan saludable! ¡Tan seguro de sí mismo! ¡Resultaba tan decente su mala fama!... Fiore y yo nos comprometimos bajo juramento a defender a cualquier precio la honorabilidad de aquel hombre porque estábamos convencidos de que, si aquél era el inmejorable aspecto de la muerte, no cabía ninguna duda de que, en el peor de los casos, la muerte sería un medicamento. Éramos demasiado jóvenes para desconfiar, así que, cuando el señor Pavesse faltó en diciembre del 58 a sus paseos, el rumor de que estaba en prisión fue para nosotros menos creíble que la idea de que si no salía a la calle era por temor a que la lluvia amontonase en su rostro la espuma del aseo. La madre de Tonino nos dijo que al señor Pavesse la Policía le había pinchado el teléfono, pero no le hicimos caso. Sabíamos que al señor Pavesse sólo le descubrirían algo turbio si por orden judicial la Policía le pinchase la brocha de afeitar, el «after shave» y el lavabo.
José Luis ALVITE
La Razón, 27-02-09
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