Aceleró el paso al ver las puertas del ascensor que empezaban a cerrarse. Entró y resopló aliviado tras conseguir su objetivo. Estaba dentro. En realidad no tenía prisa, pero se dejó llevar por esa especie de “instinto” que tienen los humanos que les lleva a correr acelerados hacia las puertas del tren, del ascensor, del metro, del bus, cuando ya han empezado a cerrarse, sin que realmente importe coger ese o el siguiente.
El tiempo.
Tal vez ser conscientes en el fondo de la levedad de la propia existencia hace que todos quieran aprovecharlo al máximo. O tal vez sea, simplemente, que son idiotas.
El tiempo.
Eso que no pueden controlar. Que jamás podrán dirigir, dosificar. Que como mucho pueden repartir como buenamente les deja la vida que han decidido vivir para llevar al máximo la posibilidad de realización de actividades.
Y el tiempo no para en su transcurrir, lento o rápido, eso son sólo sensaciones propias de la percepción humana y cada persona, cada momento, tiene la suya.
El tiempo lleva “su tiempo”, el tiempo lleva su ritmo y su cadencia, la suya, la natural, la que tiene que llevar. Como el ascensor en el que ahora subían.
Miro a la gente a su alrededor. Miró el panel de botones con los pisos a los que cada uno podía acceder desde allí, del 1 al 21… marcados, el 3, el 7, el 13 y el 19… por último, su piso, el último, el 21.
Le gustaba el número 21 y de repente pensó que subir hasta el 21, que bajar desde el 21, le hacía perder mucho tiempo de su vida, en ese ascensor, en ese trayecto diario, incluso de varias veces al día. De repente, odiaba el número 21, el piso 21. De repente, se dio cuenta de la vida, tan injusta y cruel siempre, le había hecho perder mucho tiempo en realizar ese trayecto. Tiempo que sumado posiblemente habría llevado a tener tiempo para muchas otras cosas, más interesantes, que subir en un estúpido ascensor rodeado de gente que como mucho y por cumplir, te saludaba, te daba los buenos días-tardes-noches y gracias…
¿Porqué no podría haberle tocado el piso 3?. 21… 2+1=3.
El 3, era un número cercano, rápido… ¿porqué no? Hasta el 21, tardaba demasiado y hasta ahora no se había dado cuenta. Y no digamos si paraban en pisos anteriores…
El tiempo.
Cuando sobra, crea tedio, cuando falta, ansiedad, agobios… es curioso lo del tema del tiempo.
Una mujer bajó en el 3. Subió otra en el 5 y marcó el 19. Bajo un hombre en el 7 y subió una mujer con un bebé cargado en una especie de mochila, que miró al panel y no marcó nada . Un par de hombres lo hizo en el 13 y la mujer que había subido en el 5 bajo en su piso 19, con la del bebé.
Llegó solo al 21. Se abrieron las puertas. Salió al pasillo y entonces miró su reloj. Estaba claro, tendría que cambiar de piso, a uno más bajo, estaba obligado. Así perdería menos tiempo. Sonrió, ese pensamiento, el “perderé menos tiempo”, le hizo sentirse bien.
El tiempo.
Tal vez ser conscientes en el fondo de la levedad de la propia existencia hace que todos quieran aprovecharlo al máximo. O tal vez sea, simplemente, que son idiotas.
El tiempo.
Eso que no pueden controlar. Que jamás podrán dirigir, dosificar. Que como mucho pueden repartir como buenamente les deja la vida que han decidido vivir para llevar al máximo la posibilidad de realización de actividades.
Y el tiempo no para en su transcurrir, lento o rápido, eso son sólo sensaciones propias de la percepción humana y cada persona, cada momento, tiene la suya.
El tiempo lleva “su tiempo”, el tiempo lleva su ritmo y su cadencia, la suya, la natural, la que tiene que llevar. Como el ascensor en el que ahora subían.
Miro a la gente a su alrededor. Miró el panel de botones con los pisos a los que cada uno podía acceder desde allí, del 1 al 21… marcados, el 3, el 7, el 13 y el 19… por último, su piso, el último, el 21.
Le gustaba el número 21 y de repente pensó que subir hasta el 21, que bajar desde el 21, le hacía perder mucho tiempo de su vida, en ese ascensor, en ese trayecto diario, incluso de varias veces al día. De repente, odiaba el número 21, el piso 21. De repente, se dio cuenta de la vida, tan injusta y cruel siempre, le había hecho perder mucho tiempo en realizar ese trayecto. Tiempo que sumado posiblemente habría llevado a tener tiempo para muchas otras cosas, más interesantes, que subir en un estúpido ascensor rodeado de gente que como mucho y por cumplir, te saludaba, te daba los buenos días-tardes-noches y gracias…
¿Porqué no podría haberle tocado el piso 3?. 21… 2+1=3.
El 3, era un número cercano, rápido… ¿porqué no? Hasta el 21, tardaba demasiado y hasta ahora no se había dado cuenta. Y no digamos si paraban en pisos anteriores…
El tiempo.
Cuando sobra, crea tedio, cuando falta, ansiedad, agobios… es curioso lo del tema del tiempo.
Una mujer bajó en el 3. Subió otra en el 5 y marcó el 19. Bajo un hombre en el 7 y subió una mujer con un bebé cargado en una especie de mochila, que miró al panel y no marcó nada . Un par de hombres lo hizo en el 13 y la mujer que había subido en el 5 bajo en su piso 19, con la del bebé.
Llegó solo al 21. Se abrieron las puertas. Salió al pasillo y entonces miró su reloj. Estaba claro, tendría que cambiar de piso, a uno más bajo, estaba obligado. Así perdería menos tiempo. Sonrió, ese pensamiento, el “perderé menos tiempo”, le hizo sentirse bien.
Srta.Marta, febrero 2009
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