
Fue fácil deslizarme hasta su cuarto.
Su ventana cedió como un gruñido.
Mis pies no despertaron las alfombras.
Fue fácil deslizarse hasta su cama
y verla respirar. Hasta las sábanas
sentían el calor aquella noche.
No perjudica a nadie el acostarse.
Un poquito de amor no daña a nadie.
No le costaba nada haber cedido;
dejarse acariciar unos minutos.
No quise hacerle daño. Se lo dije
tapándole la boca con la mano.
Le dije que iba sólo a acariciarle.
No tenía por qué asustarse tanto.
Tuve que ahogar el grito de sus ojos.
Apreté demasiado. Lo lamento.
Estuvo bien, no obstante,
aun tan inmóvil.
José María Follonosa
No hay comentarios:
Publicar un comentario