Esperé aquel momento muchos días.
Fue fácil deslizarme hasta su cuarto.
Su ventana cedió como un gruñido.
Mis pies no despertaron las alfombras.
Fue fácil deslizarse hasta su cama
y verla respirar. Hasta las sábanas
sentían el calor aquella noche.
No perjudica a nadie el acostarse.
Un poquito de amor no daña a nadie.
No le costaba nada haber cedido;
dejarse acariciar unos minutos.
No quise hacerle daño. Se lo dije
tapándole la boca con la mano.
Le dije que iba sólo a acariciarle.
No tenía por qué asustarse tanto.
Tuve que ahogar el grito de sus ojos.
Apreté demasiado. Lo lamento.
Estuvo bien, no obstante,
aun tan inmóvil.
Fue fácil deslizarme hasta su cuarto.
Su ventana cedió como un gruñido.
Mis pies no despertaron las alfombras.
Fue fácil deslizarse hasta su cama
y verla respirar. Hasta las sábanas
sentían el calor aquella noche.
No perjudica a nadie el acostarse.
Un poquito de amor no daña a nadie.
No le costaba nada haber cedido;
dejarse acariciar unos minutos.
No quise hacerle daño. Se lo dije
tapándole la boca con la mano.
Le dije que iba sólo a acariciarle.
No tenía por qué asustarse tanto.
Tuve que ahogar el grito de sus ojos.
Apreté demasiado. Lo lamento.
Estuvo bien, no obstante,
aun tan inmóvil.
José María Follonosa
No hay comentarios:
Publicar un comentario