domingo, 26 de abril de 2009

Historias raras

Le observaba conduciendo y sonreía. Esa era su quinta cita. Se encontraba agusto con él, se podía hablar de muchas cosas, era educado, agradable, atento. Había pasado el día sorprendiéndola: había reservado manicura y pedicura para ella, le había regalado un vestido, un conjunto de ropa interior y unas sandalias, todo lo que llevaba en ese momento.

Lo que reconocía que se le hacía raro era que aún ni la hubiese besado ni hubiese habido ningún tipo de contacto físico más allá de los 2 típicos besos de amigos, cuando por otro lado él reconocía lo atraído que se sentía por ella, pero bueno, no tenía prisa, le apetecía acostarse con él, pero a veces tomarse las cosas con calma tampoco estaba mal.

- No me has dicho dónde vamos,-preguntó sonriéndole. Acababan de salir de cenar de un restaurante del centro.

- A mi casa,-respondió él.

"Vaya",-pensó ella,- "a lo mejor ha llegado el momento..." No tardaron en llegar. Dejó el coche en el garaje y subieron en el ascensor. Cuarto piso. Las luces por sensor de movimiento del descansillo se encendieron automáticamente al salir del ascensor. A la derecha, la segunda puerta, la puerta D2. El ruido de los tacones se amortiguaba con la moqueta morada del suelo. Ella estaba nerviosa y no acertaba a decir nada. El abrió la puerta y encendió la luz del pasillo. Entró tras de él.

-Deja el bolso en el aparador, si quieres y pasa- dijo él. Ella lo hizo y pasó hacia la siguiente habitación de frente, el salón, apenas iluminado por la luz de la calle. El entró tras de ella. -Al fondo del pasillo, está el dormitorio, espérame allí.

Se quedó cortada. No esperaba tanta rapidez de pronto. Pero lo hizo. Se dirigió lentamente y en la oscuridad por el pasillo que quedaba a su izquierda hasta la puerta del fondo, la abrió y encontró efectivamente el dormitorio, una cama de matrimonio con una colcha de color crema y unas grandes flores granate y la luz de una de las mesitas encendida.

-"Vaya... lo tenía preparado",-pensó y se sentó a los pies de la cama. Bueno, tampoco era raro, la verdad es que había tardado mucho en lanzarse pero no esperaba que fuese así, tan de golpe, sin haber habido ningún tipo de contacto físico anterior. El entro y acercándose a ella, le hizo ponerse en pie y sin mediar palabra, comenzó a desabrochar el vestido que esa misma tarde él le había regalado. Ella alzó sus manos para acariciarle, pero él las cogió rechazándola.

-No,-dijo friamente,- tú estate quieta.

Ella apartó las manos. Ese juego era nuevo para ella y decidió dejarse llevar, ver hacia donde se encaminaba. Se dejó quitar el vestido, la ropa interior. El lo colgó todo en un perchero que había al otro lado de la habitación. Abrió la cama dejando caer a los pies la colcha.

-Túmbate,-le dijo. Ella lo hizo, boca arriba, colocándose en el centro de la cama. Le miraba. Su rostro no denotaba emociones y eso la ponía nerviosa pero a la vez, esa extraña situación la excitaba. Miraba como empezaba a desnudarse. -No me mires,-le dijo. Ella se quedó pasmada, pero cerró los ojos, para volver a abrirlos cuando él se sentó a horcajadas sobre su vientre. Ella le sonrió y entonces su mirada cambió.

-No te muevas, no me mires, no quiero ni un sonido ni notar ni un sólo movimiento de tu cuerpo,-dijo fríamente mientras empezaba a acariciar su polla. Ella se quedó mirándole, no sabía cómo reaccionar. -Que no me mires,-insistió él, enérgico. Ella cerró los ojos. -No cierres los ojos, déjalos abiertos, pero vuelve la cara hacia un lado.

Obedeció girando la cara hacia la izquierda, quedandose mirando la blanca pared. Esa situación empezaba a resultar demasiado extraña incluso para ella. Minutos más tarde no pudo evitar girar la cara y mirar, seguía masturbándose, mirándola fijamente y se enfadó cuando vió que lo miraba, la agarró apretando las mejillas con una mano y acercando su cara a la de ella se lo repitió: "que ni te muevas ni me mires, puta",-le espetó a la cara. Ella volvió a girarla. Minutos después, todo en silencio, notó el semen caliente caer sobre su vientre y sus pechos.

El se levantó pero ella permaneció quieta. No pensaba moverse mientras él no dijese nada, no sabía cómo podría reaccionar.

-La primera a la derecha es el baño, lávate y vístete,-dijo por fin. Ella lo hizo. Entró al baño. Se miró en el espejo y vió la leche en su cuerpo. Quería largarse de allí enseguida así que abrió el grifo y con las manos se lavó como pudo, se secó y volvió al dormitorio. El no estaba allí. Se vistió y fue hacia el salón. El esperaba con su bolso en la mano. -Tienes un taxi abajo esperando, está pagado, no te preocupes por eso.

Ella llamó al ascensor mientras él esperaba en el dintel de su puerta, desnudo. Ella no se atrevía a mirar más que de reojo.

-Oye, ha estado bien,-le dijo,- pero no me llames ¿vale?

Abrió la puerta del ascensor y antes de entrar, se giró para decirle, simplemente:

-Desde luego que no pensaba hacerlo.

El vigilante nocturno de la urbanización abrió la puerta para que saliese con un "Buenas noches" de despedida. Ella no contestó. Subió al taxi y dió la dirección. No reaccionaba. Si hubiese tenido que explicar en ese momento qué sentía no hubiese podido hacerlo. Llegó a casa, se desnudó y se metió en la cama. Se durmió enseguida.

Al día siguiente, mientras recogía la ropa y las sandalias -que posteriormente decidió tirar- supo que en su vida jamás se había sentido tan humillada, tan "cosa" y que el tío desde luego sabía montarselo muy bien, primero te trataba como una reina para después, hundirte. Sí, era todo un profesional. Y decidió que, ya que no iba a poder olvidar aquel episodio extraño y desagradable, al menos, no sería de los que contaría a nadie.

Srta.Marta


1 comentario:

Who dijo...

Gracias por tu visita y comentario, espero que disfrutes de mis letras del modo que lo hago con las tuyas.
Saludos, Who.